El Patito Feo — Clip 012
Al fin se partió el huevo. Pip, pip, hizo el polluelo, saliendo de la cáscara. Era gordo y feo. La ganza se quedó mirándolo. Es un pato enorme, dijo. No se parece a ninguno de los otros. ¿Será un pavo?
Al fin se partió el huevo. Pip, pip, hizo el polluelo, saliendo de la cáscara. Era gordo y feo. La ganza se quedó mirándolo. Es un pato enorme, dijo. No se parece a ninguno de los otros. ¿Será un pavo?
Y era el blanco de las burlas de todos, lo mismo de los gansos que de las gallinas. ¡Qué ridículo! se reían todos. Y el pavo que por haber venido al mundo con espelones se creía el emperador, se henchía como un barco a toda vela y arremetía contra el patito, con la cabeza colorada…
Bueno, pronto lo sabremos. Del agua no se salva, aunque tenga que zambullirse a trompazos. El día siguiente amaneció. El sol bañaba las verdes hojas de la enramada. La madre se fue con todos sus retoños al canal y ¡plas! se arrojó al agua.
El pobre animalito nunca sabía dónde meterse, estaba muy triste por ser feo y porque era la burla de todo el corral. ¡No puede ser! Así transcurrió el primer día, pero en los días sucesivos las cosas se pusieron todavía peores.
¡Cuá, cuá! gritaba. Y un polluelo tras otro se fueron zambullendo. El agua les cubrió la cabeza, pero enseguida volvieron a salir a flote y se pusieron a nadar tan lindamente.
Todos acosaban al patito, incluso sus hermanos lo trataban brutamente y no paraban de gritar. Así te pescara el gato, bicho asqueroso, y hasta la madre quería perderlo de vista.
Las patitas se movían por sí solas y todos chapoteaban, incluso el último polluelo gordote y feo. Pues no es pavo, dijo la madre. Fíjate cómo mueve las patas y qué bien se sostiene. Es hijo mío, no hay duda. En el fondo, si bien se mira, no tiene nada de feo. Al contrario.
Los patos lo picoteaban, las gallinas lo golpeaban, y la muchacha encargada de repartir los alimentos lo apartaba a punta pies.
¡Cuá, cuá! Vengan conmigo. Les enseñaré el gran mundo. Les presentaré a los patos del corral. Pero no se alejen de mi lado, no sea que alguien los atropelle. Y mucho cuidado con el gato.
El patito feo. ¡Qué hermoso estaba el campo! Había llegado el verano. El trigo se puso amarillo, la avena verde, las hierbas de los prados cortadas ya quedaban almacenadas en los pajares, en cuyos tejados se paseaba la cigüeña con sus patas rojas y largas, hablando en egipcio, lenguaje que le enseñara su madre.